Rafael Flores
El verbo repensar está en boca de todos. Repensar prácticamente cada uno de los aspectos de nuestra vida ante los efectos del Covid 19.
La economía, la educación, la cultura, las relaciones personales, todo aquello que afecte a nuestra existencia desde la perspectiva de que nada volverá a ser como fue, llegándose a afirmar que el siglo XXI empieza ahora.
Es cierto que en muchos aspectos hemos avanzado en meses lo que hubiéramos tardado años en implementar, aunque ya supiéramos que ciertos cambios eran tan apremiantes como irreversibles.
Esto es algo inherente a las guerras, ya que en una guerra estamos. La creatividad se acelera y el ingenio se agudiza ante las amenazas, ya vengan estas de un virus o de un bombardeo.
La pregunta es ¿están en disposición de repensar quienes no han pensado nada en su vida?.
A la vista de ciertos comportamientos miedo da que a según quienes les dé ahora por ponerse afanosamente a la inaplazable tarea del “repensamiento”. Si hubieran pensado antes igual no se verían ahora en tan compleja tesitura.
Lo que si es seguro es que habrá mucho que rehacer.
Rehacer la confianza en las instituciones, en nuestra clase política, en los mecanismos de apoyo social, en nuestros valores éticos y morales, en la solidaridad con los más desfavorecidos.
Rehacer, por ejemplo, la forma en que nuestra sociedad custodia, cuida y reverencia a sus mayores, las imágenes de tratos vejatorios, inhumanos, que vemos en algunas residencias son simplemente insoportables, por muy excepcionales que estos sean.
Rehacer y deshacer. Deshacer los nudos que atenazan nuestra libertad de pensamiento, que nos alejan de los demás atados a unas pantallas que nos enferman, con una simulación de comunicación que nos aísla de la realidad, cada vez más distantes, inmaduros, deshumanizados al fin.
Aunque hay mucha controversia al respecto, se atribuye al rector de la universidad catalana de Cervera la lapidaria frase de “lejos de nosotros la funesta manía de pensar” pronunciada en 1827.
Sea exacto o no el aserto bien podríamos cambiarlo hoy por un “lejos de nosotros la funesta manía de repensar” para aplicarla, en este caso como imperativo, a quienes por desgracia hacen a diario honor a la versión original.
