Rafael Flores
En estos tiempos aciagos que nos está tocando vivir, extraños y cargados de incertidumbres, Andújar lamenta la desaparición de dos personalidades muy diferentes, con trayectorias vitales bien distintas, pero unidas por su lucha común por nuestra ciudad: Juan Sotomayor Muro, para todos el profesor Sotomayor, y Juan Conde González.
No se los ha llevado el coronavirus. No han sido las suyas muertes marcadas por la tragedia impuesta por el virus y han podido ser despedidos por los suyos sin la desolación inenarrable de los sepelios solitarios, amargos, desgarradores, que han tenido que soportar las familias de tantas victimas de la pandemia.
No insistiré aquí sobre sus biografías glosadas en las páginas de este mismo periódico. Baste recodar brevemente que el profesor Sotomayor, jesuita, teólogo y arqueólogo, se nos ha marchado a los 98 años después de una brillante carrera dedicada, en gran parte, al estudio y difusión de esa riqueza extraordinaria que nuestra ciudad atesora, aunque esté tristemente enterrada, como es el yacimiento ibero-romano de Isturgi, hoy Los Villares de Andújar, desde que realizara sus primeras excavaciones allá por el año 1972 en el que para él fue el centro de referencia de la producción y exportación de la cerámica “terra sigillata” por todo el Mediterráneo.
Por su parte Juan Conde será recordado como el alcalde de Andújar que fue en los primeros años ochenta del siglo pasado, tiempos convulsos en que el Ayuntamiento de nuestra cuidad rendía cumplido honor a su origen como casa de comedias.
Pero Juan fue ante todo, y antes que nada, un agricultor, un hombre del campo, inagotable luchador por ese mundo olvidado, cuando no despreciado, que hace posible nuestra subsistencia. Consciente de ello participó en la creación de la Unión de Pequeños Agricultores, fundando y dirigiendo su delegación en la provincia. Fue cooperativista, promotor de múltiples iniciativas agrarias, presidió comunidades de regantes y, en los últimos tiempos, bregó casi hasta la extenuación en la plataforma de afectados por las inundaciones del río Guadalquivir a su paso por Andújar.
Dos vidas largas, intensas, entregadas a unas profundas y nobles convicciones, consagrados los dos a extraer de la tierra sus riquezas. Uno desde la aventura arqueológica desentrañando nuestra memoria, el legado de nuestros antepasados y otro haciendo del cultivo de la tierra más que un trabajo, una forma de ver y entender la vida. Esa madre tierra que los acoge a ambos como última morada y en cuyo cálido seno descansan en paz.